miércoles, 20 de febrero de 2013

Me preguntaba cómo ponerme a salvo del veneno, cuando oí unos pasos.

Me preguntaba cómo ponerme a salvo del veneno, cuando oí unos pasos.
Y cerré los ojos y pretendí caminar la senda de los pies que no veía.
Adiviné una mano en la obscuridad y la tomé. Y me aferré. 
Porque bien es sabido que las ventanas a veces son puertas…
Porque ya se me ha dicho mil veces que cerrar los ojos y aceptar manos trae sus riesgos.
Era el pavimento el que recorría mis zapatos y era yo el que bañaba al agua.
Como cuando la mirada navega en las luces. Como cuando la piel recorre el mundo.
Luego me preguntaba cómo hacerme tierra sin soltar la vida.
Entonces nació una risa que me guiaba. Que era más que eco y reflejo… más que susurro y estertor.
Sospeché unas mejillas y unos labios. E imaginé un cabello y unos dientes.
Pero las luces de neón se iluminaban en mí y yo era temblor y lava. Era sólo efecto.
Y abrí los ojos, y la noche dijo adiós y olvidó uno de sus brillantes.
Y me hirieron los cielos vainilla, y los celestes, y los blancos. Quedé huérfano de obscuridad.
Y los pasos no me guiaban y la risa estaba perdida. Temí el regreso del veneno.
Pero las madrugadas a veces son compasivas y dan abrigo a sus niños perdidos.
Tu clarividente y sombra, ser que podría ser, pero prefiere hacerme.
Tu, que volverás a sacarme del veneno y a componer caminos a ciegas.
Tu, que en todo caso, eres sobre todo sospecha e insinuación. Y salida.

1 comentario:

  1. Bastante poético te tornas recientemente.

    En la belleza de estas frases está la idea que tanto ronda en tu cabeza... la pregunta es ¿Para qué?

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