martes, 10 de julio de 2012

Reconciliación conmigo mismo

Me siento cómodo conmigo mismo y se siente extraordinario. Me gusta verme al espejo, observarme de reojo mientras hablo y sonreírme en el espejo. No es que esté loco. Es sólo que por mucho tiempo me perdí del  más importante de los amores de un ser humano: el amor por sí mismo.

No fue un proceso fácil recobrar eso que sentía perdido. Implicó muchas cosas y una de ellas, fue el empezar a descubrirme como un ser sexual, con toda la plenitud de posibilidades de cualquier ser humano en ese campo. No suena tan difícil, pero para algunos de nosotros puede serlo cuando somos producto de una crianza conservadora, de unos valores descontextualizados en el tiempo y en el espacio, de uno que otro trauma, muchos de ellos, autoimpuestos espontáneamente.

Atreverme a amar otro hombre pasaba por aprenderme a amar a mí. Algo que en principio fue difícil. Aprender a disfrutar de mi cuerpo, de mis pensamientos y de mis sentimientos, siendo consciente de mi excepcionalidad y de mi gracia, como cualquier otro ser humano saludable. Atreverme a romper prejuicios ya  destruir fronteras para tratar de ser lo que siempre he querido ser: libre y feliz.

Desde que tenía unos 18 años empecé a darme cuenta de mi verdadera identidad sexual, de esa realidad que surgía como un grito de mi interior, pero que venía siendo opacada por la vocecilla interna y cobarde que me gobernaba desde mi niñez. Fue en Cali, en medio de un congreso de Ingeniería (mi carrera de esos días) que sentí de forma que no podía ocultarme a mi mismo el deseo y la atracción inconmensurable por otro hombre.

Era un chico de mi misma edad, creo, que jugaba animadamente ping pong en el segundo piso del edificio en el que me encontraba. No era muy alto, pero era delgado y atlético, caribonito, lleno de vida y de ganas... lo transmitía en cada movimiento, en cada salto, en cada respuesta que ejecutaba con su raquetita. En verdad, todo un placer para todos los sentidos. Uno de esos caleños blancos de labios muy rojos y mirada pícara y traviesa. Algo que mi Super Yo no podía filtrar a pesar de sus años y años de entornos conservadores y a veces castrantes.

Esa imagen fresca me acompañó por varios años y me hizo despertar del entumecimiento en el que me encontraba antes.De esa modorra psicosexual que me impedía atraer o sentirme atraído por alguien. De ese abandono y de esa baja autoestima que me hacían rehuír los espejos y mirar casi siempre al piso. De hecho, un par de años después llegó a mi vida mi primer amor.

Contra todo pronóstico no se trató de un chico sino de una chica. Una de las personas más maravillosas que conocí nunca jamás y de quien me enamoré genuinamente, más allá de mis preferencias sexuales que para ese punto, al menos dentro de mi cabeza, eran claras.

Ella conoció mi situación y me amó y me siguió amando. Con locura, con descaro, con poesía y con toda la energía de la juventud y de la mente abierta. Lógicamente, esto no duró más de dos años, porque allí estaba el mundo real para recordarnos que hay cosas que no están destinadas a  ser, más allá de la sintonía emocional, intelectual y corporal que pudiéramos tener.

Con ella conocí mi cuerpo, mi mente  y mi alma. Conocí mis sueños, los vi de frente y me asusté. Con ella conocí el mundo y la calle, el amor, la rabia, los celos, el deseo y la locura. Y claro, con ella conocí el dolor de la separación y de la caída de la nube de "Vida ideal" en la que vivía. En ese momento sentí que con ella se iba la vida misma y seguí mis pasos por este mundo como un muerto-viviente. Un autómata al que todo le daba más o menos lo mismo, y que deseaba que la corriente lo llevara a donde fuera, pero rápido. Un par de mujeres pasaron por mi vida después de ella, sin muchas alegrías aunque con bellos sentimientos. Las chicas no eran lo mío, y al parecer mi Ello empezaba a ganar batallas en esta guerra psicológica que se daba en mi.

Hoy todos esos conflictos parecen tan lejanos... aunque algunos sobreviven. Reconozco no ser el valiente que sale a gritarle al mundo lo que es. Admiro a estos quinceañeritos gays que se expresan libre y espontáneamente y que son lo que son sin miedo, a toda hora, en todo lugar y frente al que sea. Es una generación más evolucionada. Mi entorno inmediato me la pone un poco más dificil. Aunque poco a poco para allá voy. Tengo una relación que vale la pena. Alguien por quien luchar, además de mi mismo.

Porque seamos claros, para poder levantarme con ánimo y para seguir viviendo, definirme y disfrutarme como gay ha sido importante. Pero aprender a quererme y a valorarme como individuo, lo ha sido tal vez más.

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